Ya no escucho porque no quiero escuchar. No tengo ganas, no me siento a gusto escuchando. La gente no entiende. La gente cree entender pero no lo hace y por eso suelta una maraña de mentiras que van directo a enredarse en mi cabeza. Ojo, hay mentiras y mentiras. Están las mentiras que duelen, como esa que acompaña a la hipocresía y mentiras que intentan ayudar, que incluso el que las emite no sabe que está diciendo mentiras, como es el caso de los amigos que dan consejos. Es que ya los consejos no sirven. Estamos solos. Solos.
Lamentablemente, nadie quiere estar solo. Es que si quisiéramos estar solos no existiría el dolor porque el dolor y la soledad van de la mano. Nos mentimos a nosotros mismos cuando decimos "estoy bien". Esto es mentira. Ninguna soledad puede contra un abrazo o un beso. Ninguna soledad puede contra el sexo. La soledad como estado es hipocresía.
Pero la culpa es nuestra. La culpa es nuestra porque somos nosotros los que damos lugar a las mentiras. Somos nosotros los que damos lugar a un mundo que no existe, que es inalcanzable. Somos nosotros los que fomentamos nuestra propia soledad.
Y ahí es cuando te das cuenta de que todo en lo que creés es mentira. Que los problemas son innecesarios. Que cada uno forja su propio destino. Y no lo puede hacer con ayuda de otros. Porque los otros están ahí ahora, pero mañana no. Estamos solos y cuesta creerlo. Pero nadie puede negar que las emociones son las que tarde o temprano nos van a llevar al fracaso y al dolor y si dejamos que esto pase quedamos vulnerables ante un mundo que espera agazapado para arrebatarnos lo poco que nos queda.
Construir, construir, voy a construir. Y lo haré yo solo, como corresponde.
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