Los mareos empezaron algo así como a las cinco de la tarde. No les di demasiada importancia hasta que dos horas después empecé a vomitar. Me dolía todo el cuerpo. Con las pocas fuerzas que me quedaban me tiré en la cama esperando que todo pasara a la mañana siguiente cuando despertase. El sueño muchas veces es la solución a muchos malestares. Pero esta vez era distinto. Esta vez yo sabía que era distinto. Quise levantarme pero no pude, estaba duro, completamente inmóvil en mi cama. La desesperación comenzó a apoderarse de mí. No sabía qué me pasaba, no sabía, no sabía, no sabía.
Estaba muriendo.
Y en ese momento lo recordé. Recordé el momento justo en que ingerí el veneno. ¡Qué ingenuo! Y yo que pensaba que me estaba invitando una copa. Perdón, que la estaba invitando, porque pagué yo. Sí, yo pagué mi veneno, pagué mi propia muerte.
Me equivoqué, pero ya es demasiado tarde para arrepentirse, demasiado tarde para volver atrás.
Se me nubla la vista y el ventilador de techo girando en la velocidad mínima está a punto de ser la última imagen que me voy a llevar de este mundo...
Pero entonces la siento entrar.
-Hola, vengo a traerte el antídoto.
-Uy, gracias...
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